24.1.09



04/03/08
Llevo días enferma. Tirada en cama teniendo alusinaciones auditivas en que Ian, junto a mí, grita: Los lobos, Camila, los lobos. Los animales han sido presencias extrañas en mi fiebre.

Eso me remite a un año atrás, casi justo un año atrás. En camas céntricas de salas caóticas donde Jorge y yo vimos "Almuerzo desnudo" sumidos en alguna otra enfermedad. También me recordaría a lecturas posteriores del texto primigenio, en las cuales Burroughs confesaría que estuvo perdido en la morfina durante quince años y una vez que consiguió despertar de ella, alguien le comentó que había escrito la novela.
¿Quién podría siquiera imaginar todos los episodios que atravesó este peculiar personaje durante esos quince años de sueño?



"Hasta mi reciente recuperación no comprendí lo que significaba exactamente lo que dicen sus palabras: Almuerzo desnudo: un instante helado en el que todos ven lo que hay en la punta de sus tenedores"

Lo comencé a leer en un tren, detenido durante horas en medio de la oscuridad. Tras las imágenes extrañas que Cronenberg me había transmitido, me obsesionó mucho más lo que reflejaban sus apuntes concretos sobre los viajes que las drogas concibieron en él.
El primer debate, en la película, sobre la pureza de la obra literaria, culmina casi necesariamente con Joan inyectándose el polvo para insectos en los senos: es casi kafkiano.
Supongo que no podemos evitar que esas continuas referencias literarias se vuelvan parte de nuestra vida. Ian sueña cada vez más frecuentemente que me encierro en una habitación alta durante años a escribir una novela que no permito que nadie lea bajo amenaza de suicidarme.
Debe ser eso. La fiebre.


Y los bichos.


















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