17.3.12


17/03/12
Hablando de directores y piezas con las que tenía una larga deuda pendiente, uno de los probablemente más importantes (y atractivos) era Pasolini y sobre todo sus jornadas de Sodoma. Porque todos sabemos que los italianos tienen un toque especial para adaptar textos literarios.



"¿No sabes que pensamos matarte mil veces? Hasta el límite de la eternidad, si es que la eternidad puede tener un límite"
Independientemente de que ya a estas alturas sea vista como un clásico maldito, hay que pensar que de entrada el reto de adaptar al Marqués de Sade sin caer en la provocación fácil es ya bastante difícil. Algunos podrán debatir si superponer secuencias de jóvenes menores de edad siendo torturados de todas las formas posibles no es una provocación fácil pero está claro que, siendo toda la trama del libro, tendría que ser toda la trama de la película. La cuestión es cómo Pasolini convierte este texto casi en bruto en una enorme metáfora sobre las estructuras de poder.

Un grupo conformado por cuatro hombres deciden encerrarse durante 120 días en una enorme mansión y conformar un pacto entre ellos. Cuentan con la compañía de una serie de guardias, sus propias hijas, cuatro prostitutas y dieciocho jóvenes menores de edad secuestrados para la ocasión. Durante esos 120 días se dedicarán a dar rienda suelta a sus fantasías más enfermas mientras reinventan un nuevo micro-orden a la altura de sus deseos más obscenos. 

Lo que para el Marqués de Sade era algo así como la libertad impune de los libertinos en la Francia de Luis XIV, para Pasolini se convierte en la representación impune del abuso de poder del que fue víctima Italia durante la guerra tanto por parte de otros países como de manera interna. Por ello todo parece tener un carácter obsesivamente oficial: que los cuatro regidores del reino ostenten cargos emblemáticos como Presidente, Duque, Obispo y Magistrado; el uso constante de uniformes, sobre todo en el caso de los militares; y la constante sensación de que todo lo sucedido durante el encierro se encuentra libremente en un margen intocable por la ley (no por su propia naturaleza sino en la capacidad de permitírselo por parte de sus organizadores).
Para organizar este 'descenso a los infiernos', nunca mejor dicho, Pasolini se vale también un poco de Dante y la referencia a la primera parte de su "Divina Comedia", lo que nos lleva a ver los fragmentos como la antesala al infierno y tres de sus círculos que irán representando de manera tópica las torturas que se presencian durante ellos y que irán aumentando en gravedad hasta llegar a resultar insostenibles. Una estructura de poder que busca, desde el inicio, en su aparente equilibrio interno, una reacción adversa: una desestabilización que lleve a que la propia estructura colapse. Una Sodoma que busca destruirse desde dentro, sin la mano pesada de ningún dios para llevar a cabo el trabajo.

Además del elaborado cuidado del director en los detalles, en las estructuras visuales en concordancia con las narrativas (y en que pareciera realmente embebido en la más pura esencia del autor del texto), me parece que su labor más destacable se encuentra en la excelente asimilación de un elemento muy propio de la narrativa del Marqués de Sade: la palabra como centro de poder. Si por las condiciones básicas de la historia es claro que el poder reside indiscutiblemente en las cuatro figuras principales que orquestan todo, ya sea por su condición social y sus recursos para armar dicho proyecto, Pasolini (y ellos mismos) saben que ese poder no se sostiene sin una palabra que lo sustente. Es entonces cuando la aparición de las prostitutas, rigiendo cada fragmento a través de sus historias, refuerzan esas mismas estructuras de poder al convertirlas en narración. Si bien pueden parecer hechos aislados en donde los personajes se regodean escuchando a quienes fueran bellas mujeres narrando toda clase de historias perversas, lo cierto es que la idea que prevalece por sobre esas intervenciones es que el poder de sus actos atroces consiste no sólo en cometerlos sino en contarlos, en que estos mismos tengan la posibilidad de convertirse en narración. El Marqués de Sade lo sabía y Pasolini parece seguir sus pasos en varias de sus piezas: No importa que tanto muestres o puedas mostrar, el verdadero horror siempre comienza en la palabra.

Alrededor de la producción corren muchas leyendas y cosas por confirmar, también alrededor de la vida del propio director y las extrañas condiciones de su muerte. Sin duda tanto por trama como por el modo en que debió realizarse parece contar con todos los elementos necesarios para convertirse en una película maldita; lo que por suerte no implica que éste sea su único mérito ya que su realización es además impecable. Al parecer en algún punto entre la elaboración del proyecto el director pensó también en adaptar la vida del célebre asesino francés Gilles de Rais y es realmente una pena que no lo haya hecho. 




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2 comentarios:

  1. la tengo en pendiente tmb ssss

    que tengas un buen fin de

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  2. Pues no la he visto, ni tampoco tengo demasiada prisa por este tipo de cine erótico italiano.

    Saludos.

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