9.11.12


09/11/12
También por esta época decidí ponerme con una pequeña retrospectiva de Nagisa Ôshima, de quien no había visto más que "El imperio de los sentidos", y aunque esa pieza no me había dado ganas a repetir, tenía que comprobar la importancia del director en la historia cinematográfica de su país. Y para empezar por algo medio seguro me fui por un crimen: "Death by hanging".



"No acepto eso. ¿Qué es una nación? Enséñame una. No quiero ser asesinado por una abstracción"
Somos informativa introducidos en algunos aspectos de la última fase del sistema de justicia japonés: las cárceles, el corredor de los condenados a muerte y el modo en que se llevan a cabo las ejecuciones. R, un prisionero coreano acusado de un par de asesinatos, está por ser ejecutado y todo parece seguir según la norma, vemos cómo lo cuelga a través de nuestra visión de documental. Pero entonces, cuando están por declarar la hora de muerte, el condenado abre los ojos sin más y se muestra bastante vivo. Lo que sí, ha perdido la memoria y no puede ni siquiera recordar quién es. Los oficiales no saben cómo proceder ya que jamás se habían encontrado con un caso así, y aunque el sentido común les indica que sencillamente lo cuelguen de nuevo, un aspecto teórico de las leyes japonesas les indica que no pueden matar a un hombre que no está consciente de su culpa. A partir de entonces todos los asistentes a la ejecución tendrán que pensar el modo de hacerle recordar a R quién es y los crímenes que cometió.

Una de las premisas del cine de Ôshima en los años 60 era alterar las estructuras narrativas que habían regido el cine hasta el momento. Una de sus principales preocupaciones era la memoria, y también el manejo de la culpa. Ésta es probablemente la película donde mejor encarna esos dos sentimientos y donde presenta de manera más inusual y efectiva su idea de la repetición dentro de la estructura narrativa. ¿Cuántas veces vemos a R morir en la película? ¿Cuántas veces presenciamos su historia? Nada de eso importa porque lo cierto es que no podemos adentrarnos en una persona únicamente a través de hechos y su repetición obsesiva, no podemos adentrarnos en ella a través de las perspectivas subjetivas de otros individuos, y a pesar de que creemos entender todo sobre R cuando se nos explica una y otra vez, en realidad ni siquiera alcanzamos a empezar a comprender. 

No es el único de los elementos recurrentes en su cine que el director aprovecha para configurar esta historia. También tenemos la diversidad racial del país, algo que no había sido prácticamente nada abarcado hasta el momento (y que incluso a día de hoy no es muy común ver en el cine japonés). Se nos dice todo el tiempo que R es coreano aunque se trata de un coreano de segunda o tercera generación: su familia lleva años viviendo en suelo japonés y sin embargo no son capaces de borrar el estigma de su nación de origen. Nación que al mismo tiempo arrastra el trauma histórico de la ocupación nipona y la posterior humillación y discriminación de haberse tenido que mudar a dicho país. Otros de los aspecto son los crímenes reales de la época, en uno de los cuales se inspira bastante libremente la obra.

Si bien la trama puede sonar un poco extraña, la puesta en escena está maravillosamente realizada y dota de una fuerza y una belleza fantástica a una historia que del estricto realismo pasa a una recreación teatral y a una resolución casi fantástica. Para volver, fugazmente, a ese mismo estricto realismo: ¿Quién era el individuo japonés en los años 80? ¿Quién es R y por qué cometió esos asesinatos? 
Preguntas a las que no es tan fácil encontrar respuesta.

Diría que volví a Ôshima con el pie derecho. Se ha vuelto ahora de mis favoritas del director y probablemente de mis favoritas japonesas de todos los tiempos. Pero tendrá más competencia, y es que todavía nos quedan más piezas que comentar de este conocido autor. 


Y vamos por el Día Ocho del Festival Film Focus. Cada vez nos queda menos.




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