15.1.13


15/01/13
Con qué tristes noticias tenemos que despertarnos. Si a finales del año pasado hablábamos de la terrible pérdida de Kôji Wakamatsu, el día de hoy se nos fue otro de los grandes de la cinematografía japonesa y universal: Nagisa Ôshima. Así que le rendimos un pequeño homenaje con una de tantas piezas clave en su filmografía: "The man who left his will on film".



"It seems like history is moving outside of our lives, but the camera makes it seems familiar, personal"
Oshima fue uno de los directores, sino el más importante, que ayudaron a definir la cinematografía japonesa en los 60, una época que sirvió para definir el curso que tomaría a partir de ese momento. Si con "A town of love and hope" y "Cruel story of youth" definió su proyecto personal y la ideología general de la Nuberu Bagu, con esta pieza, "The man who left his will on film", dio también cierre a una década y un momento histórico y cinematográfico concreto. Muchos la señalan, junto con "Eros plus massacre" y "The inferno of first love", como el final claro de la Nuberu Bagu.

"The man who left his will on film" es ciertamente un cierre, una reflexión cíclica sobre el cine, sus posibilidades, sobre las revueltas sociales de los años 60, sobre las imposibilidades, sobre esta repetición histórica no siempre conclusiva y sobre la muerte. 
La película inicia con alguien grabando con una cámara cuando comienza a ser cercado y perseguido, lo que lo lleva a escapar hasta el techo de un edificio de donde se arroja. Antes de que llegue la policía alguien recoge la cámara y huye a su vez. La cámara pertenece a un grupo de estudiantes de la resistencia cuya discusión oscila entre su grupalidad marxista y su individualismo. Motoki, quien recogió la cámara de la escena del crimen y pertenece al grupo, se obsesiona con la idea de recrear al fallecido, a quien nadie parece recordar demasiado bien, a través de sus grabaciones, que extrañamente consisten en escenarios vacíos. 

Varios de las preocupaciones usuales del director van convergiendo en una trama cuya obsesión es la reconstrucción de un discurso: un discurso personal, un discurso histórico, un discurso cinematográfico. Las pistas que se poseen para ello son ambiguas, extrañas, e incitan a reproducir un ciclo sin que se haya acabado de entender. Motoki, al querer recuperar la figura del muerto, se va convirtiendo en él, vuelve sobre sus pasos, reproduce sus escenarios y se inserta a sí mismo en ellos. El destino que persigue no es la resolución sino la repetición, un final que no involucra la asimilación de un mensaje.

Las tres películas mencionadas como cierre convergen en ese punto final: el cine ha sido su discurso, su herramienta, su revolución, pero al final las revoluciones sólo los han llevado al callejón sin salida que fue el inicio de la década de los 70 en Japón. El primer individuo, Motoki y Nagisa Ôshima dejaron ese 'testamento' fílmico para que sobreviviese a la muerte de ese momento histórico. 

Una de las películas más contundentes del director, con un mensaje que no sólo puede apreciarse en relación con los momentos en los que se inscribió sino en general como una reflexión sobre la creación artística y fílmica. Siendo un director cuya retórica giró casi siempre alrededor de la repetición, aquí consigue una de sus piezas más bellamente cíclicas, con una oscilación narrativa increíblemente bien conseguida. Y si bien representó el cierre de una etapa concreta en su propio proceso artístico, es también cierto que su propuesta continuo pero cambió a partir de ese momento. 

Y, eso, te vamos a extrañar, Ôshima :(




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