7.5.13


07/04/13
Ya se me había escapado una vez este documental, con un título tan maravilloso como "It may be that beauty has strengthened our resolve: Masao Adachi", y pensé que sería definitivo cuando volvió a cruzarse inesperadamente en mi camino. Y yo siempre estoy dispuesta a encontrarme con Adachi.



"La revolución también era una idea. La pregunta era cómo hacer de esta idea una imagen"
La propuesta de Philippe Grandrieux es extraña y misteriosa. Con un título cautivador y la técnica propia del cine documental parece prometernos un acercamiento a la poco conocida (pero no menos interesante) figura de Masao Adachi, uno de los artistas más representativos de la Nueva Ola japonesa que, sin embargo, no ha brillado tanto. Tal vez por mantenerse fuera del foco (de la cámara y del público), tal vez por vivir demasiado apegado a las creencias de la época, a un punto al que ningún otro cineasta llegó a comprometerse en primera persona. Pero lo que Grandrieux nos presenta no es un documental sino un retrato, un retrato de un hombre de 72 años paseándose por las calles de su Japón natal. Un hombre de pocas palabras pero muchos gestos, en ciudades llenas de ruidos y silencios, de luces y sombras. Masao Adachi es un misterio y es una revolución. Ninguna revolución o todas las revoluciones. 

La película empieza de forma lenta y se desenvuelve con más interés por la imagen que por la palabra. O quizá con demasiado interés por la palabra como para tomársela a la ligera. Vemos a un hombre, Adachi, recorrer sitios, caminar, seguimos con la cámara las cosas en las que quizá detiene la vista. Las pláticas son cotidianas y nos es fácil suponer que corresponden a encuentros casi íntimos entre el director, el personaje y amistades cercanas a él. Adachi, ya sea por voluntad propia o por dirección de Grandrieux, se acerca a los hechos desde la teoría, desde los ideales. Se habla de la revolución, de lo que perseguía la Nuberu Bagu y el Pinku Eiga, de lo que Adachi persiguió tantos años fuera de su país, del retorno; pero para hablar de ello no es necesario entrar en detalles, no es necesario detenernos en el tiempo que Adachi sirvió en la guerrilla de Líbano, en su encarcelamiento, en sus películas. El retrato de un hombre lleno de historias y de misterios se preocupa sólo por los gestos y por las ideas. 'La revolución también era una idea. La pregunta era cómo hacer de esta idea una imagen'. Y el documental es justo lo que persigue: hacer de la revolución una imagen, una imagen quieta de Japón, una imagen a contraluz de un hombre de 72 años que carga silenciosamente con la historia, la historia de una revolución. 

La propuesta puede resultar confusa al inicio y no estoy segura de cómo debe resultar para alguien que no conozca en absoluto al personaje que busca retratar. Es posible que la confusión, en tal caso, se mantenga a lo largo del metraje pero también es posible que pese a ella uno pueda encontrarse cautivado por el modo en que se van presentando las situaciones, los diálogos, las imágenes, dejándose atrapar por lo que sólo se intuye, lo que no se dice y lo que no se sabe sobre esa figura alrededor de la que gira todo. Y que no necesita ya demostrar nada para erigirse como el eje de esa historia. 

Sin duda es difícil abordar tradiciones tan ajenas como lo que podría ser para muchos el cine en Japón durante la década de los 60, sin caer en el reportaje simple o las entrevistas informativas. Grandrieux demuestra no sólo una increíble sensibilidad para acercarse al tema sino un profundo respeto por toda la tradición involucrada y la evolución que ha sufrido hasta la actualidad. 




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